Quienes me conocen no dirían de mí que yo sea una persona a la que le guste practicar el deporte, o al menos no especialmente. Hace tiempo que mi vida es exclusivamente académica y sedentaria (no me enorgullezco, sólo describo). Sin embargo, hubo un tiempo en el que me gustaba practicar deporte; me gustaba sobre todo el fútbol. No tardé en dejarlo y desencantarme de él y de todos los deportes de equipo, por una sencilla razón; la gente se enfada cuando practica deporte. Fallas un tiro a puerta y te gritan y se enfadan contigo. Pierden un partido y se cabrean. Se pelean en el campo porque uno ha dicho que es falta una jugada que el otro dice que no es falta. Y no se enfadan consigo mismos, por competitividad, por orgullo. Eso lo hacen algunos, sí, pero la mayoría se enfadan con el que falla. Con el que es “malo”. Le gritan como si realmente fuera malo aposta, como si cometiera un acto inmoral fallando ese tiro a puerta, como si estuviera perjudicando a los demás adrede. Hubo un tiempo en el que fantaseé con hacer un equipo en el que sólo se hiciera el imbécil e inscribirnos en la liga social del pueblo, un equipo en el que nadie se lo tomase en serio, que fuera fútbol de broma, con tal de que no se enfadaran. La idea no prosperó. Hay demasiada gente que se enfada con el deporte. Practicándolo y viéndolo. Discuten si otras personas se meten con su equipo (“su equipo”, normalmente una multinacional que se patrocina a través de partidos de fútbol para ganar dinero a costa de socios y de venta de camisetas). Pues sí, así es. Se lo toman a lo personal. No todos, claro. Sólo los gilipollas. Lo que pasa es que en el deporte (al igual que en la vida, ni más ni menos) hay bastantes.
Por otro lado, cuando empecé a introducirme en serio en el mundo de la música, jamás pensé que eso pasaría. La música es propia de los sensibles, de los empáticos, de los que comprenden las emociones. Es espontánea y visceral, vale, pero es bella, es hermosa, no tiene esa agresividad continua, esa competitividad, esa ansia de quedar por encima de los otros…
¿No…?
Pues bien, la verdad es que no me he encontrado con nada de eso personalmente. La mayoría de la gente, como en todo, es maja, quiere disfrutar, no quiere hacer daño. Pero los hay que gritan y que se enfadan, como en el deporte. Me parece igual de dramático, igual de extraño. ¿En serio le gritas a un músico porque se equivoca tocando algo, porque tiene menos capacidad o menos rapidez para aprender los temas, o simplemente porque se ha despistado? No porque pase de todo, no. Los que reciben gritos normalmente son los pobres diablos que están intentando pillar algo que no oyen o para lo que no les alcanzan las manos. Esos que miran con carita de impotencia y que apenas aciertan a preguntarse, “¿qué está pasando aquí?”. Y entonces el profesor les grita o les increpa. ¡El profesor! Porque hay dos figuras en concreto en la música que se dedican a humillar al resto. Los profesores, y los directores de orquesta o líderes de bandas o de grupos. ¡Eso es mucho peor todavía! En el fútbol al menos te grita el típico compañero cretino que se cree con derecho a faltar al respeto a los que juegan peor que él (o a los que él cree que juegan peor). Pero en la música lo normal es que lo haga la misma persona que te la enseña. Eso sí que tiene bemoles (lo cual significa “manda cojones”, pero dicho en un término más musical). Te grita gente que ha pasado por lo mismo que tú, que ama y le apasiona lo mismo que amas y te apasiona a ti. Gente que sabe lo duro que es y las horas de entrega y sacrificio que lleva. Gente que sabe que ser músico es no poder salir el fin de semana bien porque actúas, bien porque tienes que tocar en tu casa no sé cuántas horas al día porque como dejes de tocar dos días se te olvida todo. Te gritan las mismas personas que saben que no puedes irte de vacaciones una semana sin llevarte el instrumento. Que saben que esta es una pasión que te absorbe, que te domina, que te genera amores y odios. Y que saben también lo preciosa que es y lo feliz que te hace. Y lo muy infeliz que te puede hacer si alguien envenenao se te cruza en el camino. Y por lo tanto saben el daño psicológico que puede hacer una mala palabra en una carrera en la que los ritmos de aprendizaje son diferentes porque influyen mucho los talentos, las capacidades de retención y de esfuerzo y el oído. Un arte en el que unos van a una velocidad y otros a otra, y las probabilidades de acomplejarse, de sentirse menos, de sentir que no vales, son tan grandes. Te grita la misma gente que sabe todo eso, y eso sí que es triste de veras.
A lo largo de este camino musical me he encontrado ya a muchas personas que lo han dejado, bien porque piensan que no valen, bien porque sus profesores o sus directores les humillaban o les exigían logros y formas de vida inalcanzables.
Músicos que gritáis a otros músicos, ¿de qué vais? ¿Qué os pasa en la cabeza? ¿Estáis bien? ¿No necesitáis alguna clase de terapia? ¿Os gritaron a vosotros, es eso? ¿No es hora ya de acabar con ese círculo vicioso? Alguien tiene que dejar de gritar. Ya lo siento si lo sufristeis, en serio. Pero, de hecho, si lo sufristeis, encontraréis mayor satisfacción al ver a un alumno que se siente cuidado por vosotros, que mejora gracias a vuestro cariño y no a vuestra humillación. No hablo de gritar una vez, puntualmente, subir un poco la voz por impaciencia, porque realmente ese otro músico tiene mucha menos capacidad y os frustra que en una hora entera no entienda algo que vosotros entenderíais a la primera. Bien, eso puede pasar. Puede írsele a uno la pinza en un momento dado. No pasa nada, se pide disculpas y ya está. Y después se esfuerza uno en comprender que no todos tienen el mismo ritmo de aprendizaje, que las personas son diferentes, es un ejercicio de empatía. Si no soportas a la gente más lenta que tú, no te metas a profesor o a director. Es así de fácil. No sé, en otras disciplinas ya se han aprendido la lección. Los profesores de matemáticas no gritan. Los de lengua, tampoco. La regla es muy simple: no grites y humilles a la gente que está empezando.
Insisto, no me ha pasado a mí, pero lo he visto mucho. Y he escuchado demasiadas historias así. En serio, músicos que gritáis a otros músicos, ¿estáis bien? ¿Necesitáis ayuda? ¿Podemos hacer algo por vosotros? Si estáis frustrados, comunicadlo. Si os sentís mal, acudid a un especialista. No lo paguéis con los chavales.
Y lo mismo va para los músicos que se meten con otros músicos en público para quedar ellos por encima, los que hablan mal por detrás de sus colegas, y todos los que, en definitiva, no son compañeros en el camino, sino piedras, son piedras enormes, obstáculos que se nos ponen en frente.
Y al resto de músicos, a los normales, que por suerte son la inmensa mayoría, a esos tan sólo puedo decirles una cosa con respecto a esto… que con las piedras que nos bloquean el paso sólo hay una manera coherente de actuar: darles una patada bien fuerte y sacarlas del camino para seguir andando a la velocidad que queramos.
Y disfrutando del paisaje, faltaría más.